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Volverás

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Güei duermen los paxarinos, apodrez la madera vieyo, caen los teyaos de los horros, la xunca tomó los caminos. Ablayen les fueyes de los árboles, de les fogueres yá nun sal fumu, los artos entren peles ventanes y un musín prietu mírame asustáu. Güei doite les gracies mientres pienso cuántes veces parviasti eses tierres, si te dolíen les manes de garrar la garabata, si cansaba más el trabayu o la fame. Y nun quiero llorar, porque val más aparentar que’l tiempu nun pasa y tovía tas tocándome, que ye fácil avezase a nun vete, que si sigo rucando volverás.       Semeya: Muséu del Pueblu d'Asturies, colección Constantino Suárez, 1936

Repostaje

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  Con crocs y enfundada en su bata blanca; así se acercaba con premura a la modesta máquina expendedora que se erguía junto a los ascensores. Le tocaba trabajar precisamente esa noche, pero ¡qué se le iba a hacer! Otros ni las uvas, oye. Buscó las galletas y llegó a teclear el primer dígito, pero rectificó rápidamente al comprobar que llevaban virutas de chocolate. Esas no, se lo había prohibido expresamente. Chasqueó la lengua y buscó otras de las normales, «las de toda la vida». ¡Bingo!, exclamó en un suspiro cuando las halló en un envoltorio rojo. Ponían algo de Digestive, pero daba lo mismo, sobre eso no había mencionado nada. Se ruborizó cuando descubrió a un celador observándola con extrañeza, pero no se demoró en recoger el paquete y dirigirse de vuelta a la 148.   —Hala, aquí tiene.   —¡Dios te lo pague! ¿Miraste que no fueran de…?   —Sí, sí, sin chocolate. Pero ¿por qué…?   —Yo qué sé, hija, siempre se dijo lo mismo de los perros, pues será igual, ¿no?   —Esto… ¿Y agua necesi

Ya era hora

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Aquella tarde era idónea para echar la vista atrás. Para sufrir un rato, en realidad. Para sumergirse en un amargo lienzo de frustración y angustia y emerger hiperventilando como un buzo novato. A veces encontraba entre esa abigarrada acuarela de recuerdos alguna nota dulce de la muy lejana infancia, los más prestigiosos internados suizos, su don de lenguas, los elogios de profesores asombrados por sus dotes intelectuales y, muy por encima de todo eso, la primera visita al teatro que la cautivó y selló su destino. Agitada, tomó aire y trató de incorporarse, pero terminó desistiendo. Ir de una butaca a otra no bastaría para frenar el goteo de recuerdos que desfilaban, impasibles, como las tropas alemanas a las que en otros tiempos luchó por vencer, desde la retaguardia, empleando su envidiable físico para vender bonos de guerra, ya que sus conocimientos de ingeniera no eran tan útiles, o eso le dijeron. Suspiró mientras apartaba una pesada cortina con estampado floral. En la casa de enf